Se cuenta la historia de Melchor Rodríguez García, que en la II República era delegado especial de prisiones. Nacido en Sevilla el 30 de mayo de 1893, anarquista de pura cepa, maestro chapista y antiguo novillero sin fortuna, desarrolló en la República el papel por el que sería recordado por generaciones, estar al frente del control de las prisiones republicanas, deteniendo la barbarie de las sacas, paseos y fusilamientos indiscriminados en aquél Madrid violento de principios de la guerra civil.
Este libro debería ser conocido y leído por todos los que con equilibrio se acercan al conocimiento de lo que aconteció en aquellos días. No es solo el contenido del libro lo que le hace interesante. Es mucho lo que se cuenta en él, pero lo que me ha parecido absolutamente apasionante es la forma en que el autor, Alfonso Domingo, cuenta y transmite esta historia. Hasta tal punto, que no pude contener la tentacion de escribir un correo al autor felicitándole por dicho libro (que me fue contestado por él mismo). La forma en que acaba y describe la muerte de este hombre no deja indiferente a nadie, transmitiendo una profunda emoción y dando al lector la sensación de que estás «en medio» de la escena, reviviendo el momento.

Muchos fueron los que asistieron a su entierro, personas que a buen seguro muchas de ellas no hubieran podido asisitir al mismo aquél 14 de febrero de 1972 de no haber sido por su intervención al frente de las cárceles. Se jugó la vida en innumerables ocasiones, enfrentándose a sus propios compañeros de la CNT, donde acabó por no ser muy bien visto, y no digamos con otros elementos de la izquierda.
Los mismo comunistas le tuvieron en el disparadero, amenazando repetidamente de muerte a este hombre, que lo único que quería era parar la barbarie de las sacas indiscriminadas como Paracuellos y otros recintos penitenciarios, y que los presos, fuese cual fuese su ideología, fuesen tratados con respeto y consideración. De hecho se presentó en la cárcel Modelo de Madrid en un momento en que se disponían a efectuar una saca de presos para ser fusilados, negándose a que saliesen de allí los camiones, con gran riesgo de su propia vida.
No paró hasta que el mismo Ministro de Justicia Juan Oliver, anarquista como él, le nombrara Delegado especial de Prisiones, lo que le colocaba en mejor disposición para lograr detener estas actuaciones violentas de la izquierda, que tanto desprestigio y pérdida de credibilidad ocasionaron a la Républica, supuestamente democrática y defensora de las legalidades.
Tuvo amigos también, muchos, tanto de izquierdas como de derechas (los Hmnos Álvarez Quintero fueron grandes amigos y valedores suyos, protegiéndole en la medida de lo posible).
En definitiva, un apasionante libro sobre una de las figuras quizás menos conocidas pero no por ello menos interesantes de la guerra civil. No deberíamos dejar de leer este gran libro.
Existe, además, en edición de bolsillo, con un coste muy reducido en tapa blanda flexible.